
En el momento que nos topamos con el remolino andante de nuestras emociones, confundimos cada sentido, los colores cambian de matices, algunos oscuros y unos tan claros que nos enceguecen, y es ahí donde nos damos cuenta que la teoría del sentimiento más profundo e inexplicable, es cierta, el amor sí nos vuelve ciegos.
Que satisfactorio sería perderle el miedo a lo desconocido, tener el valor de caminar sobre ese sendero de obstáculos que nos arroja la vida, solo para encontrar a este ser que nos revuelque nuestra existencia. Quiero dedicarle mis sonrisas a los colores oscuros de mi historia y coger de la mano a las saturaciones más hermosas, quiero pisar como a un cigarrillo después de usado a los problemas que marcaron mi mente y levantar la mano con una dedicatoria argumentada.
Encontrarle sabor a lo insípido, buscar lo que no existe, llamar a un teléfono desconectado, pintar las nubes de mil colores que no estén en la gama, y pintarte a ti en el crepúsculo de la nada.
Mientras tanto, recojo piedras sin ninguna otra intensión de arrojarlas al río donde murió el amor que tenía por ese personaje, que en algún momento de su vida no pensó cambiarle la vida a una descabellada niñita; y yo, con una mano en la cabeza y la otra en... bueno, por ahí; le entregué mi vida... Pobre niñita.
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