lunes, 11 de junio de 2012

Su vida sin él.

Él despertó en medio de botellas vacías, restos de cigarrillos que murieron en el intento de ahogar dolores, y unas pastillas que eran para el vuelo mental. No supo qué pasó y en medio de su inestabilidad corporal logró caminar hasta el baño. Agua fría empezó a caer sobre su cuerpo inerte, inmóvil, hasta llegó a creerse que sin latidos. Estuvo ahí varios minutos, largos minutos en los que recuerdos de una noche que pintaba ser imborrable terminó siendo una noche más oscura, sin luna, sin almas, sin nada.
Cuando logró recobrar la postura y la dignidad, que de ésta ya no quedaba nada, salió de nuevo a ese río de problemas enfrascados en botellas de alcohol y colillas de cigarrillos, no se explicaba cómo una noche de dos terminó así.
Recogió su ropa y con pánico observó que manchas de sangre marcaban la tela.
Él, sin esperar un segundo tocó su cuerpo, que ahora sin la pesadez de lo surreal pudo palpar cicatrices, cicatrices de un cuerpo sin alma.
Él, lleno de problemas, lleno de prejuicios, lleno de desamor, lleno de locura, había tenido una cita con su alma y lo mató. Ella, su alma, su más grande enemiga.

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