
A sus nueve años no tenía nada más que hacer, su vida de colegio era tan agobiante, sus maestros eran monstruos atrapados en cuerpos humanos, sus compañeras, simples doncellas que escriben su vida en libros sin final, una más extraña que la otra..
Aquella infante con sueños de primavera, nunca vio la vida de otra manera. Las personas color madera pintaban cada pedazo de su historia con pesadillas complejas. Ana lucía nunca entendió por qué su madre la abandonó, pero agradecía que se hubiera retirado de su camino o si no ahora su vida estaría con su mamá hundidas en el vicio.
Su abuela de noventa y cinco murió de un cáncer maligno, antes de irse le dejó un cuaderno para que se entretuviera los domingos, donde solían jugar a la bruja y al mendigo, qué tristeza, era ella su único abrigo.. Chiquilla que crece con las horas del día, pasa en blanco el día en que su padre se fue y la dejó llorando, suplicando de rodillas que no se fuera de su lado, a este señor como muchos en las historias no le importó la tristeza que embargaba a este joven corazón..
Ahora muchos se preguntan qué pasó con Ana Lucía, se adelgazó y su cabello se tornaba más amarillo. ¿Cómo no desgastarse si su vida no tenía historia que leer?.. Una cuerda y unas pastillas eran su salida, armó su desdicha en media hora, se despidió de sus amigos: mateo, coquito y juanito... peluches nada más.
Aquel 23 de abril el cielo lloró su partida, se acercaron vecinos y niñas que fueron desconocidas, solo para preguntar que le había pasado a esa jovencita. Y así se apagaron las luces de una mente soñadora, las manos escritoras de ese cuaderno vacío, se congelaron para siempre.. Puede que ahora este al lado de su abuela viviendo un sueño y escribiendo en su cuaderno una verdadera historia de primavera.
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